dissabte, 21 de gener del 2012

Hammers imparables




2-1. Imparables els Hammers davant l'equip dels boscos de Robin Hood. El Nottingham Forest tampoc ha estat rival per la maquinària
ironwork de l'equip del Tamesis. Els Hammers li hem etzibat un 2-1 a l'històric Nott's i ara gaudim de l'atalàia de la primera plaça de la segona categoria anglesa (que és més benparida que la Premier). Quina mandra de pensar en l'any vinent jugant contra els petrodolars de Manchester, Chelsea o Liverpool. A segona s'hi està de conya.

I ara fem una mica de memòria històrica footballera:

El culto de Brian Clough

Se ha estrenado en los cines británicos The Damned United, una película basada en la novela de David Peace, que es una recreación del breve reinado del entrenador Brian Clough en el Leeds United.

Y eso me sirve como excusa para promover de nuevo un libro que escribí- Scunthorpe hasta la muerte- y que aún no ha encontrado editor. Es lo que los invitados a un programa de radio porque quieren promocionar su libro o porque estrenan obra de teatro describen con el verbo to plug. Be aware, I am plugging here my little book.

Mi librito es la historia de un viaje, quizás de muchos viajes. El principal, el que da sentido a la narración, es el que emprendió Alex Calvo García, desde su Ordicia natal, en la provincia de Guipúzcoa, hasta Scunthorpe, donde jugó al fútbol.

El libro se inspira en algo que es mi guía y que un día leí en un libro de Pío Baroja: "Todo tiene interés si se cuenta con el suficiente detalle'. Siguiendo la estela de Alex viajé por el mundo del fútbol inglés y por su historia. Aprendí muchas cosas sobre el origen de un juego que se ha convertido quizás en lo más común que nos une en el mundo.

La importancia social de este juego en la historia del siglo XX y en el presente está ahí para quien quiera verla. Y todo empezó aquí, en la disputas sobre la reglas y sobre el espíritu de los juegos en la Britannia transformada por la Revolución Industrial, antes de expandirse por el mundo.

Y, en uno de sus capítulos, escribo sobre Brian Clough, porque el entrenador del Scunthorpe y de Alex fue Brian Laws, que jugó para el equipo de Clough y de él aprendió el oficio de entrenador. Este fragmento del capítulo comienza con el fichaje de Laws por el Nottingham Forest tras sufrir una decepción profesional en Middlesbrough.

Ésta es, tal como yo la entiendo, la historia de Brian Clough, cuya vida ha inspirado biografías, novelas, obras de teatro, documentales, y ahora un largometraje:

Al borde del abismo, Brian Laws recibió la llamada del Nottingham Forest. El entrenador era Brian Clough. Lo recibió con algo que sonaba como una broma: “Según me cuenta Ron Fenton, sabes jugar, pero yo no te he visto. Si no sirves, diré que te fichó él y, si lo haces bien, me llevaré la medalla”.

Laws era un lateral correcto, un futbolista que inspira confianza porque su físico le permite la competición y hace bien las cosas básicas. Cuando llegó a Nottingham, la gloria era un recuerdo, pero el Forest estaba en el grupo de cabeza de la primera división con equipos juveniles, a los que el maestro cincuentón exigía un juego de posesión y movimiento, bello y frágil.

El Forest era una flor delicada en un erial. El fútbol inglés había retrocedido hacia el juego de probabilidades: lanzas un patadón lo más lejos posible y es probable que el rebote llegue a un compañero de equipo. Futbolistas cada día más rudos y entusiastas del choque rebautizaban el estilo inglés, mientras los equipos con éxito, especialmente el Liverpool, jugaban a la retención de la pelota como el primer paso imprescindible para marcar un gol y que no te lo marquen.

Clough explicaba en sus charlas que hay ocasiones en las que hay que depejar el balón a la grada, pero que ése no es el patrón del juego: “Si Dios hubiese querido que el balón esté todo el tiempo en el aire, no habría hecho que la hierba crezca en la tierra”.

El Forest era un equipo elogiado por las aficiones rivales porque ofrecía un espectáculo agradable. Y era venerado por los árbitros, que tenían a Clough por un ángel. Sancionaba a sus futbolistas por protestar, condenaba el juego sucio y no aceptaba que sus jugadores hiciesen trampas para obtener ventajas.

Pero, en su primer equipo, el Middlesbrough, los jugadores se rebelaron ante la arrogancia de su joven capitán y lograron que el entrenador le quitase el brazalete. Fue un goleador extraordinario que, a los veintiséis años, tuvo que retirarse por una fractura de ligamentos cruzados cuando jugaba en el Sunderland. Su promedio de goles por partido es el segundo mejor en la historia del fútbol inglés, por debajo de Jimmy McCrory, que jugó en las decádas de los veinte y los treinta.

El Sunderland era dirigido por Alan Brown, un dictador del vestuario que se convirtió en la inspiración para Clough cuando tuvo que encontrar motivos para el optimismo en su nueva carrera como entrenador.

La inició en Hartlepool a los treinta años. Era el más joven entrenador de la liga profesional y se llevó con él a un amigo de Middlesbrough, Peter Taylor, que había sido portero. Ambos crearon una estructura pionera, la del ‘manager’ y su asistente, que inmediatamente fue criticada por la directiva del club. La consecuencia de la tensión fue una primera muesca en la guerra eterna de Clough con los consejos de administración de los clubes por los que pasó. Conocedor y practicante del periodismo, Clough creó el ambiente mediático propicio para la dimisión del presidente.

Era un bocazas ocurrente, el megalómano al que sus compañeros de equipo no soportan, al que sus jugadores temen. Porque, tras su fachada de hombre simpático, que no tiene la edad para iniciar cada diálogo con el preámbulo ‘mira, hijo mío’, había una imaginación enrevesada y cruel. “Tenéis tres semanas para convencerme y, si creo que no sois buenos, os echo a la calle”, dijo a los jugadores del Derby County en su primera reunión, en 1967, cuando el club le fichó para salir de la oscuridad de la segunda división y aspirar a algo más que al recuerdo de una Copa ganada hacía veinte años.

La pareja cómica y tiránica llevó al Derby a la victoria en la primera división. No habían cumplido cuarenta años. Eran unos genios. Taylor viajaba a lugares remotos para ver partidos de categorías inferiores, tejiendo una red de contactos para fichar jugadores desconocidos, que su amigo Clough debía pulir. ¿Quién era más importante? Según la biografía escrita por Patrick Murphy, ‘His Way, The Brian Clough Story’ (A su manera, La historia de Brian Clough), el ‘manager’ explicaba así la relación con su asistente: “Frank Sinatra me dijo una vez que la letra es antes que la música y, en el fútbol, quien elige jugadores es el primero y después vienen todas las chorradas”.



El Derby County, un club pequeño, ganó la Liga al Liverpool de Bill Shankly y al Leeds de Don Revie y, tras eliminar al Benfica con ayuda de la manguera en el partido de casa- la devoción por el fútbol delicado también permite salvedades-, cayó en la semifinal de la Copa de Europa ante el Juventus, con Clough denunciando a sus rivales, en la conferencia de prensa tras el partido, como unos ‘malditos estafadores italianos’.

En 1973, Clough y Taylor abandonaron el club en un torbellino de reproches con la directiva, harta del pluriempleo del entrenador como comentarista en la televisión y columnista de los periódicos. El héroe deportivo y mediático, que hacía profesión pública de fe socialista, había entablado una nueva pelea con directivos del fútbol, hacia los que expresaba un desprecio genérico, y esta vez perdió. Los jugadores amenazaron con una huelga si el club no daba marcha atrás, sus mujeres organizaron su propia protesta y, finalmente, Clough y Taylor se fueron al Brighton, que estaba en la cuarta división, con dudas sobre su capacidad para gestionar sobriamente un equipo de fútbol.

La sobriedad era realmente un problema. Clough era un bebedor excesivo, capaz de forzar a sus jugadores a beber alcohol antes de los partidos o en las largas noches en hoteles de paso, o como rito obligado de camaradería cuando el futbolista era abstemio.

Ocho meses después de hacerse cargo del Brighton, Clough recibió la oferta de entrenar al Leeds United, entonces el mejor equipo de la liga inglesa, porque su entrenador, Don Revie, había sido nombrado seleccionador nacional. Clough había criticado públicamente el juego duro, el cinismo deportivo del Leeds de Revie, y fue recibido por los futbolistas en una atmósfera que el capitán, Billy Bremner, describió como “mala química y malas vibraciones”.

Duró cuarenta días. En 2006, ‘The Damned United’, el condenados club, recreó el reino breve y convulso de Clough en Leeds. La novela de David Peace es un diario del entrenador, que destroza el mobiliario en el despacho de Revie porque no quiere que de él quede ni el olor; que siente asco ante la suciedad de sus victorias. No quiere desfilar al frente de este equipo en el primer partido del año, entre los campeones de liga y copa. Pero lo hace. Y, por primera vez, dos futbolistas británicos son expulsados en Wembley, Bremner, del Leeds, y Keegan, del Liverpool.

La novela recrea la vida del socialista que pacta a espaldas de su amigo Taylor un sueldo mayor que el del Arzobispo de Canterbury, que lleva menos gente a las iglesias que la que él lleva a los estadios. Es la historia del hombre que sueña con salir por el túnel de Wembley para redimir a Inglaterra y a quien los ocupantes de los palcos federativos temen o menosprecian. Al mejor entrenador de su tiempo nunca le llamarán para dirigir la selección de su país. Es Milton, Blake, Orwell, en la cultura popular del fútbol, un héroe de la clase obrera que jura, fuma y bebe, que se destruye mientras lidera la esperanza de los condenados hacia el fin de la corrupción.

Le llamó el Nottingham Forest. “El Forest sólo tiene una cosa en su favor; me tiene a mí”, dijo al llegar a su nuevo destino, un equipo en el puesto decimotercero de la segunda división.

Convenció a Peter Taylor para recomponer su pareja deportiva y teatral y, cinco años después, habían ganado la liga de primera división, dos Copas de Europa y logrado un récord de imbatibilidad en 42 partidos sucesivos que el Arsenal de Wenger logró superar en el otoño de 2004. Sólo Herbert Chapman había ganado antes la competición inglesa con dos equipos distintos. Y Clough lo hizo con dos clubes pequeños de provincias. Ningún club con la dimensión del Forest ha ganado la liga inglesa desde 1978. O la Copa de Europa. Clough la ganó dos veces.

En 2005, la compañía de teatro de Nottingham Playhouse puso en escena ‘The spirit of the Man’, el espíritu del hombre, de Stephen Lowe, en la que ‘El Cabezota’ aparece como angélico fantasma a un dramaturgo que atraviesa una crisis existencial y termina escribiendo una obra en la que se mezclan las voces de Robin Hood y del espíritu de su inspiración, Brian Clough. Al escritor, Jimmy, no le interesa el fútbol, pero vio al entrenador del Forest en marchas de mineros contra el gobierno de Margaret Thatcher y cree que “desde que Thatcher ganó a los mineros, no ha cesado de llover”.

Él está ahora seco y la compañía espera sus personajes y diálogos. Clough, siempre ataviado con su jersey verde, le guía hacia el encuentro con un Robin Hood protagonista, que Jimmy ensalza primero, ante sus actores, como redentor, entrenador, de los renegados del bosque, a quienes inspira con una visión para cambiar unidos el mundo, y a quien luego describe como líder derrotado, que incita ya a los suyos a enterrar sus almas bajo la hojarasca de otoño; a ocultarse, a ocultarse, a ocultar su rostro también de los que compartieron la bonhomía de la conspiración, para que a nadie desvele de nuevo la terrible visión de un último rastro de deseo o esperanza.

Pero el actor que encarna a Robin se rebela contra el destino de su papel y contra lo escrito por Jimmy, y, en el día del estreno, cae el telón sobre él y los demás actores de la compañía mientran cantan el extraño himno que corean miles de hinchas del rugby para recordar, en torno a las contiendas de la Inglaterra esforzada y en pantalón corto, el sueño de una nación feliz, alentado en el poema de William Blake: “No cesaré en mi lucha mental/ ni dormirá mi espada en mi mano/ mientras no hayamos construido una nueva Jerusalén/ en la verde y placentera Inglaterra”.

Para Brian Laws, que es el nuevo entrenador del Scunthorpe, el Nottingham Forest fue su Jerusalén deportiva. Dirigido por un Brian Clough que obligaba a Trevor Francis, el primer fichaje por un millón de libras en la historia del fútbol inglés, a servir el té a sus colegas o enviaba regularmente flores a las mujeres de sus jugadores. Un genio capaz de crueldad gratuita y de caridad sentida, empeñado en que sus jugadores se cortasen el pelo y en que su propia conducta fuese impredecible.

En 1990, permaneció sentado en el banquillo cuando su equipo esperaba tumbado en la hierba esperando el inicio de la prórroga en la final de la copa en Wembley. En 1980, preparó la final de la Copa de Europa, contra el Hamburgo, con una semana de vacaciones en Mallorca y borrachera continua. Ganó el Forest con un gol de John Robertson, gordo y fumador, pero capaz de tejer algo impredecible con un balón y su pie izquierdo, jugador parsimonioso y visionario, denudador del frenético esfuerzo de los demás. Cuando cojas la pelota, la pasas a ‘Robbo’, que tú no sabes, decía Clough a su defensa Larry Lloyd, que fue campeón de Europa dos veces con un entrenador al que dijo un día que, si le veía entrar en el pub donde él estaba, se marcharía, para no compartir el mismo espacio.

El misterio de Brian Clough es que jugadores que le despreciaban como persona le ofreciesen todo. ¿Por qué querrían jugar Lloyd y Robertson para un tirano que, tras preparar la final europea de Madrid con la borrachera en Mallorca, no les dejó marcharse del hotel tras ganar la copa para celebrarlo con su familia y sus amigos?

Brian Laws, el nuevo entrenador del Scunthorpe, jugó bajo las órdenes de un Clough tardío, abandonado por Taylor, dubitativo sobre su propia capacidad para reproducir la magia de los años setenta, ensimismado en un mundo paternalista que se deleitaba en la excentricidad y en el fútbol más delicado, nublado por una densa borrasca alcohólica que le llevó a abandonar el fútbol, con un deterioro físico que inspiraba compasión, el mismo año, 1993, en el que guió al Forest en el regreso al lugar de donde venía, la segunda división.

2 comentaris:

Anònim ha dit...

mestre el que escriu això.

Daniel Gorriti ha dit...

està bé